miércoles, 23 de septiembre de 2009

Discursos, y discursos... y todo queda en más impuestos para los mexicanos de enmedio. Triste trajedia!

Calderón y el cambio disuelto
Luis Linares Zapata
El pasado 2 de septiembre el señor Calderón ocupó la tribuna con la ambición no sólo de dirigirse al auditorio a modo ahí presente. Pretendía, en su fuero interno, trascender la reciente y atribulada circunstancia del país. Deseaba esquivar las críticas que se le acumulaban con enojos inaplazables.

El señor Calderón todavía quiere ser apreciado como el político valiente, el que encara la realidad y esboza la ruta para la gran transformación del México contemporáneo. Nada menos le conforta a su poca estatura y aires desmedidos de grandeza. Las cámaras de televisión y sus masivos alcances ya no le satisfacen. Miraba, con estudiada determinación, a la lejanía, hacia las cumbres de los cambios magistrales de ruta. Todo estaba previsto: los ademanes, el tono de voz, los énfasis, el decorado, la atención y los aplausos de la conspicua concurrencia, la construcción discursiva de simulado aliento. Nada quedó al azar ni se escatimaron costos para el relanzamiento de un guía de empaque a la medida de los enormes retos mundiales.

Sus apologistas reaccionaron con la vehemencia de los elogios previamente acordados. ¡El mejor discurso de su periodo!, se dijo por ahí. ¡Por fin se tendrán los cambios necesarios y no sólo los posibles!, escribieron otros. Una sabia actitud presidencial que escucha y asimila la crítica, que sigue consejos inteligentes, se argumentó con abrumadora coincidencia en una plaza pública crecientemente aceitada. Así, el ambiente se cargó de...

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